miércoles, 4 de enero de 2012

Incluso si ella no cree en el amor, siempre, siempre quedará esperanza. Una pequeñísima posibilidad entre un millón de que aún tenga clavado en la esquina superior izquierda del ala oeste de su corazón el tacto de tus manos, el olor de tu pelo, la temperatura de tus mejillas. Que quizá, y sólo quizá, guarde en una cajita todo su amor, envuelto con los besos que no dio, atado con los te quieros que desde hace tiempo forman un nudo en su garganta. Claro, que sólo son hipótesis. Fugitiva. Sale al jardín en noches de tormenta, con la luna espejeando en sus pupilas. Y, ya se sabe, ese tipo de noches, a parte de inspirar a poetas y a tantos otros que creen serlo, suelen traer consigo consecuencias inesperadas. Y es que curiosamente nadie se preocupa por los corazones rotos. Claro, que si la gente se preocupase por ellos no estarían rotos. Básico, lógico y elemental.

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